Asamblea Eva y Bea y mi otro yo



Era un sábado de otoño en el barrio de San Telmo,  el aire cargaba esa mezcla de algarabía con sonido a milonga y vino patero.
Yo tenía una cita. Bueno, no una cita. La cita. Tercer encuentro con Eva.
Rubia, rulos de propaganda de shampoo, sonrisa de influencer vegana...
Linda, sí. Pero yo...

...yo venía de la  crucifixión.

Bea.
La morocha.
Rulos oscuros. Carita de ángel revolucionario.
Feminista, activista, intensa.
Hermosa. Pero emocionalmente más inestable que dólar blue después de un anuncio del ministro.

La cosa es que Bea me fantasmeó. Así, de la nada!
Un día estábamos transpirando la revolución en la cama y al otro... ley del hielo.
Ni un sticker me dejó.
Y yo... obsesionada.
Buscando señales donde no había. Y claro, cuando alguien está así de inestable, puede desaparecer más rápido que la conexión de WiFi de estación Constitución.

Así que... ¿qué hice? Lo lógico: le mandé un mensaje a Eva.

Porque si vas a sufrir, al menos que sea peinada y con maquillaje, no?

Salimos. Caminata por la Reserva de Costanera sur. Matecito. Plan de amigas.
O eso me dije. Mentira.
Eva hablaba, hablaba, hablaba.
¡Dios mío!
No paraba... bla, blu, ble, blu y bla, bla ...
Entre “mi ex esto”, “mi terapeuta lo otro” y “yo soy muy sensible, ¿sabés?”...
Yo pensaba en tirarme al Riachuelo, y cruzar al Uruguay! 

Y ahí... se me ocurre la gran idea!

¿Y si Bea está en el Lezama, en la asamblea LGBT antifascista?
Sí. Porque la morocha no se perdía ni un cacerolazo inclusivo, era de esas que si hay mate, banderas y revolución, está ahí.

Así que la arrastro a Eva para allá.
Y yo, toda casual, como quien va a buscar medialunas...
...buscando a Bea entre la gente.

Y la encuentro!

Diosa.
Con su brazalete arcoíris, sus rulos salvajes, esa mirada de “te olvidé pero no tanto”

 Me acerqué con Eva del brazo, cual trofeo, y Bea se quedó dura. Celos. Envidia. Fascinación. Todo junto, en slow motion. 

Nos saludamos con un abrazo que tenía más carga emocional que una telenovela turca. 

Las presento, Bea me mira como diciendo ¿quién es esta Barbie del Conurbano?

Yo observo. me quedo en silencio.

 Ellas... compiten, se lanzan miradas. Una me habla de sahumerios veganos, la otra de deconstrucción del deseo.

Y yo pensando: cómo llegué a esto?
No había dicho que quería paz?
 Y después de un rato de escuchar a unos punkis debatir si el estado debía o no financiar el arte queer, propuse ir a tomar algo.
 
Nos vamos al bar. Las siento enfrente.
Una tira indirectas, la otra responde con ironías.
¡Parecía un partido de tenis feminista!

Hasta que no aguanté más.
Las miré. Respiré hondo.
Y les dije...

—Chicas... me voy a mi casa.
No las soporto. No las entiendo.
Y si fuera hombre...
me haría puto, hoy mismo!!

Y así me fui...
Con dignidad y soledad, e hicimos el trío perfecto, sin debates, sin revoluciones y sin rulos!! 

Esa noche dormí tranquila y feliz sabiendo que me elegí a mi misma.

 Fin.


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